miércoles, 31 de diciembre de 2014

Chao 2014, Hola 2015

Eran las 6:00pm del 31 de diciembre justo al momento en que comencé a escribir esta nota. De repente se me ocurrió que tenía que decir algo, no todos los días se acaba un año y comienza otro. Además, este año que se acaba sí que merece ser despedido con añoranza, ya sea por las cosas buenas que sucedieron, o por las que desearíamos olvidar.

El 2014 estuvo lleno de triunfos y derrotas; de conflictos y satisfacciones. Venezuela vivió un año realmente duro, quizás el más difícil de su historia, título que muy probablemente le sea arrebatado por el 2015 si continuamos así. Un año que nos puso a prueba a todos los venezolanos, que midió la paciencia de aquellos conformistas a los que no les importa hacer horas de cola para adquirir una pequeña muestra de productos regulados, y que midió también la dignidad de los que no se rebajan a ese tipo de vejaciones.

Un año para recordar a quienes nos dejaron luchando por sus convicciones, a quienes cayeron víctimas de las injusticias, y a quienes quisieron acelerar el proceso de deterioro de mi querido país (de un bando, y del otro). Un año para entender que los protagonistas de la historia somos todos, y no solo un “mesías” o “salvador” que venga a acabar con todos los problemas, o uno designado a modo de trolleo por el anterior líder en sus últimos momentos de "lucidez".

Pero también ha sido un año para darnos cuenta del aguante y los niveles de presión que somos capaces de resistir. Para estar seguros de que el venezolano es el gentilicio más arrecho que hay (considerando que así dirán tantos otros gentilicios más). Para entender, que el cambio que tanto ansiamos, tendrá que llegar desde nosotros mismos, de aceptar que si exigimos que nos respeten, debemos primero respetar.

Hola 2015, ya en unas horas estarás aquí. Estoy contento de que llegues, porque vienes con entusiasmo y alegría, prometiendo de verdad un año genial. Yo sé que tú sólo no podrás con toda la carga que tenemos para ti, y que probablemente el desgaste que comiences a sufrir muy pronto será nuestra culpa, pero no te preocupes, yo sé que somos muchos los que te vamos a ayudar.


#Paz para todos, ¡y Feliz Nuevo Año 2015!

@FernandoArraez

domingo, 14 de diciembre de 2014

Bienvenido al Club de los 27

Se le llama el Club de los 27 a un grupo de famosos músicos que fallecieron a la edad de 27 años, cosa curiosa, ¿no? Y es que no se trata de unos simples nombres ahí. La lista tiene como miembros “selectos” a personas como Brian Jones (The Rolling Stones), Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison y Kurt Cobain, aunque algunos, como en mi caso, también incluimos a la prodigiosa voz de Amy Winehouse.

Club de los 27
Lo cierto es que desde hace mucho tiempo siempre bromeaba con tres de mis llamados brothers, con los que soy contemporáneo, con la cosa de que cada año estábamos más cerca de llegar a esa edad y nos darían la bienvenida a tan prestigioso club.

No se asusten, ninguno de nosotros tenemos la intención de acompañarlos adonde sea que se encuentren sus almas, al menos no por ahora, pero no les negaré que las cuatro o cinco personas que ayer me felicitaron diciéndome “¡Bienvenido al Club de los 27!”, han dado con el que ciertamente es mi lema en este cumpleaños.

Son 27 años, muy bien vividos, de grandes, enormes altibajos, pero repleto de satisfacciones, y aunque no soy de los que hace celebraciones, siempre celebro la vida en todos sus sentidos.

Son 27 años recibidos con tranquilidad, sin sobresaltos, aún con mi pensamiento tratando de sortear los problemas que lo envuelven en este diciembre, como de costumbre. Sin fiestas, ni siquiera un ponqué, porque ya habrá tiempo; aunque el día sea hoy, el lugar aquí, y el momento ahora, estoy seguro de que siempre habrá tiempo.

De tres partidas, ganamos sólo una.
A veces hay que dejar ganar a los demás
Totales e infinitas gracias a todos los que mostraron alguna manifestación de cariño a mi entrada al club. Thanks Loh Yuen Yen for being the first to congratulate me from across the world. Gracias Lucía Cecilia por ser la primera en felicitarme en este huso horario. Gracias Ruskmery por permitirme recibir mis 27 junto a tu recibimiento de los 19. Gracias Alicia por darme el regalo de tenerte de vuelta en Venezuela y dando pasos agigantados. Gracias Ruth Laura y María Bethania por regalarme los mensajes más hermosos del día. Gracias tía Milagros por su infinito apoyo, para el cual la misma palabra “gracias” se queda pequeña. Gracias Luis Alfredo, mi querido primo y hermano, porque aun en la distancia sigues aquí conmigo. Gracias Kathy, mi catira bella, por hacerme la llamada de mayor alegría para mí en todo el día. Gracias Claudia, por seguir allí, y porque siempre tendré algo que agradecerte, aunque no quieras. Gracias Pedro, Luis José, Gaby, Mata, Mafer y Leo por permitirme terminar el día junto a ustedes, unas hamburguesas, unas piezas de dominó y deleitando el paladar con el gran Cacique, que no podía faltar.

Aquí sigo, y seguiré, luchando por lo que quiero hacer, disfrutando lo que me gusta hacer, amando a quienes se lo merecen y recibiendo el cariño sincero de los que siempre me acompañan. Y, por sobre todas las cosas, apostándole a Venezuela.

#Paz para todos, y que viva el ron.

@FernandoArraez

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Crónica de una tarde diferente (10/12/2014)

Hola. Les echaré el cuento de lo que hice hoy. Les advierto que puede resultar aburrido.

Debido a diversos motivos, desde la semana pasada no me he sentido del todo bien en términos emocionales. Hoy, miércoles 10 de diciembre, estando en casa a horas de mediodía, decidí salir a distraerme, caminar nomás, por ahí, adonde me llevaran las piernas. Antes de salir recordé unos relojes que tenía pendientes de llevar a arreglar, así que los guardé en mi bolsillo y planeé que mi paseo incluyera una parada en el C.C. Cristal, donde hay un taller para esos accesorios.

Y así salí, a eso de las 2 de la tarde. Iba escuchando música a través de mis audífonos, tratando de desconectarme del caos de la ciudad a mi alrededor. Llegué al Cristal, y sorpresa, ya no arreglan relojes, por lo que me aconsejaron ir hasta el C.C. Munticentro, que allá me los recibían.
No tenía planeado salir de los límites de Naguanagua, pero ya qué, estaba en la calle y con los relojes maltrechos en el bolsillo, así que me fui hasta el Viñedo, ahora a soportar el caos de Valencia, que es peor, con su Metro que no avanza, pero para el cual sarcásticamente es un gran avance que hayan abierto el paso vehicular, para seguramente volver a cerrarlo en algunos meses.

Al llegar, pues no, uno de los relojes no podían arreglarlo, y el otro sí, pero no me lo recibían porque era algo "sencillo", así que debía esperar una media hora, que me lo arreglaran ahí mismo, y entregármelo de una vez. No quería quedarme más tiempo, pero decidí esperar y mientras tanto caminar. Me encontré con dos amigas, y pasé el rato junto a ellas. Lo cumbre del momento fue lo gracioso, digo yo, que les pareció haberles preguntado cómo es eso de los “estrenos”, los cuales andaban comprando; es en serio, yo no entiendo de esas cosas porque no celebro tradiciones desde hace muchísimos años, tan solo tenía curiosidad por aclarar mis dudas, pero bueno, para ellas eso no es “normal”. Volví al taller de relojes. No pudieron arreglar el mío, el problema es mayor y ahora debo volver mañana.

Antes de regresar a Naguanagua, me provocó entrar a Farmatodo, no sé, a ver qué había, y con la misma que entré, salí; de repente se me quitaron las ganas de estar allí. Espero no enterarme después que había desodorante porque la frustración será enorme.

Ya eran casi las 4 (¡cómo pasa el tiempo!). A esa hora el transporte público comienza a ser totalmente detestable. Como pude me monté en una camioneta, nada cómodo para variar, escuchando mi buen rock pero al fondo a Chino y Nacho. Y así llegué a Naguanagua. Aun tenía ganas de seguir caminando, así que llegué hasta la parada de la Plaza Urdaneta, mejor conocida como “la placita”, y allí caminé hasta la Plaza Bolívar, o Plaza La Begoña; nunca he sabido exactamente cómo llamarla.

Y todo ese trajinar, llevado a esta historia, fue para ubicarme en este punto. Algo pasó y encontré la paz que buscaba. Esa plaza es mágica, o así lo veo yo. Tenía mucho tiempo sin sentarme a disfrutar de cualquier cosa que allí sucediera, tonterías rutinarias como la gente y los carros pasando, pero no sé, allí es diferente. A eso de las cuatro y media fui a comprar un helado y así complementar el momento mágico que estaba viviendo.

De repente me sorprende el encuentro con otra amiga, que decidió acompañarme un rato. A ella no pude ocultarle algunos detalles de lo que me tenía tan oprimido emocionalmente, aunque tampoco le dije demasiado. Lo cierto es que la conversación derivó en una serie de consejos de los que le estoy tan agradecido, porque me hizo ver las cosas de otro modo. Hablamos de todo un poco: la universidad, el trabajo, la vida, y cómo no, de las tradiciones (la fecha invita); ella fue algo más receptiva. Aproximadamente una hora después anunció su partida; su camino hasta Guacara es largo, así que no podía darse el lujo de quedarse más tiempo. La acompañé a la parada, y al despedirnos, me devolví a la plaza; no quería irme de allí.

Seguía sentado, viéndolo todo, disfrutando el momento de una manera muy extraña. Comenzó a oscurecer, y desafiando toda la lógica del venezolano, aun quería permanecer en ese lugar, hasta que sólo me iluminaran fuentes de luz artificial. Poco a poco me di cuenta que tampoco es que haya mucha iluminación, pero allí seguí, escuchando mi música y disfrutando de la fría brisa decembrina naguanagüense. Los que me conocen muy bien saben lo mucho con demasiado que me gusta caminar de noche, y aunque lastimosamente no se puede hacer, no podía desaprovechar esta oportunidad.

A eso de las 7 de la noche me levanté, y al voltear me percaté de que la vieja barbería que allí se encuentra seguía abierta. La vi al llegar y pensé aprovechar la oportunidad para hacerme un corte de cabello, pero había mucha gente. Ahora estaba vacía, de hecho, el encargado ya estaba limpiando; aún así me acerqué y le pregunté si podía atenderme, a pesar del papel que anuncia el cierre del lugar a las 6:00pm. El señor, muy amable y con una sonrisa en el rostro, de esas que ya poco se ven, me invitó a sentarme; “¿cómo lo quiere?”, preguntó; “tradicional y corto, confío en su criterio”, respondí, y el señor comenzó su faena. Me llamó la atención que, durante gran parte de su trabajo, su implemento principal fue una navaja y un peine; bien chapado a la antigua (digo yo), pero muy interesante la experiencia.

Terminada la labor, me levanto y le pago. “Ya puede cerrar e irse a descansar”. Comienzo a caminar. Siete y media, y el único loco por ahí era yo, afortunadamente. Llego a la avenida Valencia y en la esquina hay una distribuidora, de esas de bebidas espirituosas; sentí el impulso de culminar mi paseo con mucha alegría. Una tercio negra servida en un vaso de plástico me acompañó hasta la parada donde el carrito que sube al famoso barrio Güere estaba por salir. Es una buena ruta hacia mi casa, desde donde me bajo tan solo debo caminar una cuadra y cruzar sobre un canal a través de una placa de cemento que simula un improvisado puente que quién sabe puso ahí. Y así termina mi ligero paseo.

Yo no sé qué tan productiva sea esta lectura para ustedes, pero lo cierto es que lo escribí para mí, porque fue una tarde distinta, como lo que buscaba al salir de casa, pero totalmente alejada de lo que realmente me esperaba, y por la que le agradezco a la vida permitirme vivirla. Tenía que compartirlo, así de simple. Y pensar que en la mañana mi idea era tan solo de ir al cine.

Justo terminando de escribir esto, otra amiga me dice que me regalará, con motivo de mi cumpleaños, el disco “Ram” de Paul McCartney, su segundo álbum de estudio en solitario. Creo que no puedo quejarme.

Bueno, chao.

#Paz para todos.

@FernandoArraez