miércoles, 10 de diciembre de 2014

Crónica de una tarde diferente (10/12/2014)

Hola. Les echaré el cuento de lo que hice hoy. Les advierto que puede resultar aburrido.

Debido a diversos motivos, desde la semana pasada no me he sentido del todo bien en términos emocionales. Hoy, miércoles 10 de diciembre, estando en casa a horas de mediodía, decidí salir a distraerme, caminar nomás, por ahí, adonde me llevaran las piernas. Antes de salir recordé unos relojes que tenía pendientes de llevar a arreglar, así que los guardé en mi bolsillo y planeé que mi paseo incluyera una parada en el C.C. Cristal, donde hay un taller para esos accesorios.

Y así salí, a eso de las 2 de la tarde. Iba escuchando música a través de mis audífonos, tratando de desconectarme del caos de la ciudad a mi alrededor. Llegué al Cristal, y sorpresa, ya no arreglan relojes, por lo que me aconsejaron ir hasta el C.C. Munticentro, que allá me los recibían.
No tenía planeado salir de los límites de Naguanagua, pero ya qué, estaba en la calle y con los relojes maltrechos en el bolsillo, así que me fui hasta el Viñedo, ahora a soportar el caos de Valencia, que es peor, con su Metro que no avanza, pero para el cual sarcásticamente es un gran avance que hayan abierto el paso vehicular, para seguramente volver a cerrarlo en algunos meses.

Al llegar, pues no, uno de los relojes no podían arreglarlo, y el otro sí, pero no me lo recibían porque era algo "sencillo", así que debía esperar una media hora, que me lo arreglaran ahí mismo, y entregármelo de una vez. No quería quedarme más tiempo, pero decidí esperar y mientras tanto caminar. Me encontré con dos amigas, y pasé el rato junto a ellas. Lo cumbre del momento fue lo gracioso, digo yo, que les pareció haberles preguntado cómo es eso de los “estrenos”, los cuales andaban comprando; es en serio, yo no entiendo de esas cosas porque no celebro tradiciones desde hace muchísimos años, tan solo tenía curiosidad por aclarar mis dudas, pero bueno, para ellas eso no es “normal”. Volví al taller de relojes. No pudieron arreglar el mío, el problema es mayor y ahora debo volver mañana.

Antes de regresar a Naguanagua, me provocó entrar a Farmatodo, no sé, a ver qué había, y con la misma que entré, salí; de repente se me quitaron las ganas de estar allí. Espero no enterarme después que había desodorante porque la frustración será enorme.

Ya eran casi las 4 (¡cómo pasa el tiempo!). A esa hora el transporte público comienza a ser totalmente detestable. Como pude me monté en una camioneta, nada cómodo para variar, escuchando mi buen rock pero al fondo a Chino y Nacho. Y así llegué a Naguanagua. Aun tenía ganas de seguir caminando, así que llegué hasta la parada de la Plaza Urdaneta, mejor conocida como “la placita”, y allí caminé hasta la Plaza Bolívar, o Plaza La Begoña; nunca he sabido exactamente cómo llamarla.

Y todo ese trajinar, llevado a esta historia, fue para ubicarme en este punto. Algo pasó y encontré la paz que buscaba. Esa plaza es mágica, o así lo veo yo. Tenía mucho tiempo sin sentarme a disfrutar de cualquier cosa que allí sucediera, tonterías rutinarias como la gente y los carros pasando, pero no sé, allí es diferente. A eso de las cuatro y media fui a comprar un helado y así complementar el momento mágico que estaba viviendo.

De repente me sorprende el encuentro con otra amiga, que decidió acompañarme un rato. A ella no pude ocultarle algunos detalles de lo que me tenía tan oprimido emocionalmente, aunque tampoco le dije demasiado. Lo cierto es que la conversación derivó en una serie de consejos de los que le estoy tan agradecido, porque me hizo ver las cosas de otro modo. Hablamos de todo un poco: la universidad, el trabajo, la vida, y cómo no, de las tradiciones (la fecha invita); ella fue algo más receptiva. Aproximadamente una hora después anunció su partida; su camino hasta Guacara es largo, así que no podía darse el lujo de quedarse más tiempo. La acompañé a la parada, y al despedirnos, me devolví a la plaza; no quería irme de allí.

Seguía sentado, viéndolo todo, disfrutando el momento de una manera muy extraña. Comenzó a oscurecer, y desafiando toda la lógica del venezolano, aun quería permanecer en ese lugar, hasta que sólo me iluminaran fuentes de luz artificial. Poco a poco me di cuenta que tampoco es que haya mucha iluminación, pero allí seguí, escuchando mi música y disfrutando de la fría brisa decembrina naguanagüense. Los que me conocen muy bien saben lo mucho con demasiado que me gusta caminar de noche, y aunque lastimosamente no se puede hacer, no podía desaprovechar esta oportunidad.

A eso de las 7 de la noche me levanté, y al voltear me percaté de que la vieja barbería que allí se encuentra seguía abierta. La vi al llegar y pensé aprovechar la oportunidad para hacerme un corte de cabello, pero había mucha gente. Ahora estaba vacía, de hecho, el encargado ya estaba limpiando; aún así me acerqué y le pregunté si podía atenderme, a pesar del papel que anuncia el cierre del lugar a las 6:00pm. El señor, muy amable y con una sonrisa en el rostro, de esas que ya poco se ven, me invitó a sentarme; “¿cómo lo quiere?”, preguntó; “tradicional y corto, confío en su criterio”, respondí, y el señor comenzó su faena. Me llamó la atención que, durante gran parte de su trabajo, su implemento principal fue una navaja y un peine; bien chapado a la antigua (digo yo), pero muy interesante la experiencia.

Terminada la labor, me levanto y le pago. “Ya puede cerrar e irse a descansar”. Comienzo a caminar. Siete y media, y el único loco por ahí era yo, afortunadamente. Llego a la avenida Valencia y en la esquina hay una distribuidora, de esas de bebidas espirituosas; sentí el impulso de culminar mi paseo con mucha alegría. Una tercio negra servida en un vaso de plástico me acompañó hasta la parada donde el carrito que sube al famoso barrio Güere estaba por salir. Es una buena ruta hacia mi casa, desde donde me bajo tan solo debo caminar una cuadra y cruzar sobre un canal a través de una placa de cemento que simula un improvisado puente que quién sabe puso ahí. Y así termina mi ligero paseo.

Yo no sé qué tan productiva sea esta lectura para ustedes, pero lo cierto es que lo escribí para mí, porque fue una tarde distinta, como lo que buscaba al salir de casa, pero totalmente alejada de lo que realmente me esperaba, y por la que le agradezco a la vida permitirme vivirla. Tenía que compartirlo, así de simple. Y pensar que en la mañana mi idea era tan solo de ir al cine.

Justo terminando de escribir esto, otra amiga me dice que me regalará, con motivo de mi cumpleaños, el disco “Ram” de Paul McCartney, su segundo álbum de estudio en solitario. Creo que no puedo quejarme.

Bueno, chao.

#Paz para todos.

@FernandoArraez

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