lunes, 27 de octubre de 2014

Eso que llaman falta de valores

Todos los días leo o escucho al menos una historia de cómo algún amigo o conocido pasó por la amarga experiencia de encontrarse cara a cara con la temida hampa que azota sin ningún tipo de pudor las calles de Venezuela, y digo que es al menos una historia queriendo ser optimista, porque generalmente son un poco más.

Todos los días pienso en lo afortunado que soy por no estar en sus zapatos, porque la última vez que pasé por esa amarga experiencia fue hace más de 7 años, cuando paseada por Caracas y saliendo del Metro era sorprendido por unos cinco muchachones que, con arma en mano, me arrebataron mi pequeño bolso en el que tenía guardadas prácticamente todas las pertenencias que cargaba conmigo en ese momento.

Hoy volvió a ser mi turno, ¡pero de qué manera! No hubo ningún tipo de agresión físico, ni amenazas verbales, ni siquiera me di cuenta de cuando sucedió. Conecté a la corriente eléctrica mi teléfono celular para cargar un poco la batería, y en un abrir y cerrar de ojos, éste ya no estaba.

Y ustedes dirán “pero qué tonto Fernando”, “¿pero cómo te vas a dejar robar así?”, o cosas así por el estilo. Y es verdad, no conozco manera más absurda de contar lo que me ha sucedido. ¿Y cuántas de esas historias a diario no son de mujeres a las que les sacaron el teléfono de la cartera, por ejemplo, y ni siquiera lo notaron? Ya sé lo que se siente.

Sin embargo, ese no es el problema; no puede serlo. La situación realmente se agrava cuando les digo que esto me sucedió en la universidad donde estudio, una universidad privada por demás decir, el lugar que en la actualidad, junto a mi hogar, consideraría de los más seguros en los que pudiera estar. ¿Y qué pensarían si además agrego que todo esto sucedió en la BIBLIOTECA? Apenas unos 20 segundos de falla en el servicio eléctrico que dejaron todo a oscuras fueron suficientes para que el hábil ladrón (porque eso es lo que es) tomara el pequeño artefacto telefónico (con cargador y todo) y desapareciera sin dejar rastro.

Dejando de lado el hecho como tal, me pregunto, ¿qué nos ha pasado? ¿Cómo es posible que algo así ocurra en las instalaciones de una universidad, y privada? No es cuestión de decir que la inseguridad esto o aquello, ¿¡y es que cómo voy a culpar a la inseguridad de esto!? Lo que hoy me ha sucedido a mí es más bien una de las mejores muestras de la gran pérdida de valores que ha invadido a los ciudadanos de esta República Bolivariana de Venezuela.

¿Con qué clase de personas convivo en el recinto universitario al que voy todos los días? ¿Cómo podré ver con confianza a quien se acerque a mí a partir de ahora? Solo espero que nadie se sienta ofendido. Más que rabia no puedo sentir otra cosa sino indignación.

Por ahí me comentaban que esto es un recordatorio de que los que conformamos un grupo ciudadano de calidad y con valores, definitivamente somos minoría. Pero, así como lo he mencionado anteriormente, yo sigo aportando mi grano de arena por la construcción de un mundo mejor.

Tú, ladrón (o ladrona, quién sabe) de mi celular, ojalá leas esto para que sepas que fue a mí a quién robaste, y a quién además dejaste sin uno de sus principales herramientas de estudio y trabajo. Alguien a quien realmente le duele porque yo he decidido optar por un camino contrario al tuyo y ganarme las cosas con esfuerzo y trabajo duro. Ojalá lo aproveches, pero recuerda, es ley de vida que en este mundo, lo que se hace, tarde o temprano, se paga.

Mientras tanto, una amiga maracucha me comenta cómo hoy también le robaron su teléfono, el segundo en apenas dos meses, de una manera no tan amistosa por cierto, y tengo la voluntad de pensar en que sigo teniendo suerte…

#Paz para todos.

@FernandoArraez